HOGAR, DULCE HOGAR
Pablito
no soportaba a su prima Carlota, la hija del tío Enrique, el hermano de su
papá. Carlota tenía diez meses, olía siempre a colonia de bebe y era una
autentica pesadez. Pablito la llamaba “el renacuajo peligroso”, porque, pese
a que todavía no andaba y solo tenía un diente, no había obstáculo que
carlota no sortease gateando.
- ¡Menuda me ha caído ¡ - pensé Pablito cuando la tía Remedios, la mamá
de Carlota, que era un poco antipática y mandona, le pidió que se ocupara de
su prima.
- La primita
Carlota dormirá toda la tarde - prometió tía Remedios.
Pero
lo cierto es que apenas hubo salido tía Remedios por la puerta, Carlota
empezó bramar con más fuerza
que una manada de elefantes.
- ¡Buaaa,
buaaa, buaaa…! – berreaba y berreaba.
Espero
que pulgarcito me ayude – pensó Pablito desesperado.
Pulgarcito
era el mejor amigo de Pablito, un enorme perro san Bernardo, buenazo, gordo y
grandulón, que incluso tenia pereza de mover la cola.
Y
carlota no tardo en ir de excursión por toda la casa. Sin paracaídas, hizo
una caída libre desde la cunita al suelo.
Luego se colgó de las cortinas del
zaguán e hizo de trapecista sobre el sofá del comedor. También rodo por las
escaleras y atrapo el pajarito del reloj cuco. Finalmente, agotada por el esfuerzo,
carlota se quedó dormida abrazada a pulgarcito, babeando como un san Bernardo
y arropada por las patazas del perro. FIN...
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