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miércoles, 1 de agosto de 2018

viaje a chipao


VIAJE A CHIPAO
Un día acordamos con mis compañeros para poder viajar de excursión a chipao, fue un día muy divertido donde conocimos diferentes lugares como las puyas de Raimondi, chipao marca, Moyobamba, Cabana, Aucara y diferentes lugares, donde tuvimos diferentes anécdotas en el viaje.

EL VUELO DE LOS CONDORES


EL VUELO DE LOS CONDORES
Un día mientras regresaba del colegio, me detuve en el muelle, para ver el circo que había desembarcado, pude ver al payaso, al domador y a otros curiosos más. Pues acompañamos a la delegación, hasta que cogieron su cochecito  rumbo a su hospedaje, de pronto una mano toco mis hombros, era mi hermano Anfiloquio, que me preguntaba, por qué no había ido temprano a casa, porque ya estaba oscureciendo. Al llegar vi a mi madre muy enojada, luego me hablo dulcemente, que estuvo mal que llegara tan tarde, y que no había podido comer, porque estaba muy preocupada; sollozando le di un beso en las manos y ella me beso en la frente.
Estando en mi cuarto, le conté a mi hermanita lo que había visto en el muelle, y que el sábado el circo daría una presentación, esa noche soñé con el circo, vi desfilar al payaso, y la niña rubia.
Llegó el sábado y todos hablaban del circo, mi padre nos dio entradas para el circo, y ahí se anunciaba el extraordinario y emocionante espectáculo “el vuelo de los cóndores”. Esa tarde vimos pasar por la calle al payaso “confitito”, junto a un grupo de niños, y la bellísima miss orquídea, y una banda los acompañaba, se dirigían al pueblo. Mis hermanos y yo comimos, tan rápido como pudimos, nos vestimos y nos dirigimos al pueblo, el circo estaba en un estrecho callejoncito de adobes, hacia el fondo en un inmenso corralón, ahí estaba una gran carpa, de donde salían gritos, risas, silbidos.
Estando ya adentro en el circo, se presentaron todos los artistas y en el centro estaba miss orquídea, con su admirable cuerpecito, zapatillas rojas, sonreía. Salió primero el barrista y con un gran salto mortal que hizo, cayendo sobre la alfombra, fue aclamado, salió  Míster glandys con su oso, bailó este al ritmo de la música, luego le toco al payaso; y de pronto todos exclamaron “EL VUELO DE LOS CONDORES”, apareció miss orquídea y realizó la prueba y luego el público la exclamo con vehemencia; luego se anunció que se repetiría la prueba, pero la niña cogió mal el trapecio, se soltó a destiempo, titubeo un poco y con un grito horrible, cayó como una avecilla herida, sobre la red del circo que lo salvo de la muerte.
Pasaron algunos días el circo seguía funcionando pero ya no daban EL VUELO DE LOS CONDORES, yo recordaba a la pobre niña, sonriente, pálida. El sábado siguiente paso el circo por la calle, pero no vi a miss orquídea, y entrando a mi cuarto y por vez primera y sin saber porque lloré, a escondida, un día mientras me iba al colegio,  por la orilla del mar, sentéme a contemplar el mar, al oír unas palabra, volví la cara para ver, y vi en una terraza a miss orquídea, ambos nos miramos.
Los días siguientes regrese, y así lo hice por ocho días, yo me acercaba a la baranda de la terraza y los dos nos sonreíamos, pero nunca hablamos, al noveno día ella ya no estaba en la terraza, corrí al muelle y ahí le vi llegar cogida de los brazos por mister kendall y miss Blutner, y al pasar junto a mí me dijo ¡adiós! Y entrando en el bote saco su pañuelo y lo agitó mirándome, con los ojos húmedos, y yo con la mano alzada me despedía y así la vi alejarse en el inmenso océano, hasta no verla más.

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HOGAR DULCE HOGAR


HOGAR, DULCE HOGAR


Pablito no soportaba a su prima Carlota, la hija del tío Enrique, el hermano de su papá. Carlota tenía diez meses, olía siempre a colonia de bebe y era una autentica pesadez. Pablito la llamaba “el renacuajo peligroso”, porque, pese a que todavía no andaba y solo tenía un diente, no había obstáculo que carlota no sortease gateando.
-      ¡Menuda me ha caído ¡ - pensé Pablito cuando la tía Remedios, la mamá de Carlota, que era un poco antipática y mandona, le pidió que se ocupara de su prima.
-       La primita Carlota  dormirá toda la tarde  - prometió tía Remedios.
Pero lo cierto es que apenas hubo salido tía Remedios por la puerta, Carlota empezó  bramar con más fuerza que una manada de elefantes.
-      ¡Buaaa, buaaa, buaaa…! – berreaba y berreaba.
Espero que pulgarcito me ayude – pensó Pablito desesperado.
Pulgarcito era el mejor amigo de Pablito, un enorme perro san Bernardo, buenazo, gordo y grandulón, que incluso tenia pereza de mover la cola.
Y carlota no tardo en ir de excursión por toda la casa. Sin paracaídas, hizo una caída libre desde la cunita al  suelo. Luego se colgó de las cortinas  del zaguán e hizo de trapecista sobre el sofá del comedor. También rodo por las escaleras y atrapo el pajarito del reloj cuco. Finalmente, agotada por el esfuerzo, carlota se quedó dormida abrazada a pulgarcito, babeando como un san Bernardo y arropada por las patazas del perro.  FIN...
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LA JIRAFA DROMEDARIA


La Jirafa Dromedaria



Érase una vez una Jirafa Dromedaria que habitaba en la sabana africana…
Esta curiosa jirafa vivía al margen de su manada porque… ¡apenas se le parecía en nada!.
Su lomo asemejábase más al de un camello, o a un dromedario (o a un tobogán), y ni siquiera gozaba del cuello largo y rectilíneo del que disfrutaban el resto de las jirafas de aquella sabana. Ninguna de sus parientes jirafas podía ver en ella ni a una tía, ni a una hermana, ni siquiera a una prima lejana; ni contemplaban tampoco al verla, a alguien con quien compartir el agua o las sabrosas acacias. Recelosas, observaban muy erguidas en las alturas a aquel extraño animal, cuasi jorobado, que tanto se les acercaba.
La Jirafa Dromedaria cansada, con el tiempo, de agazaparse y correr siempre al rebufo del resto de la manada, decidió vagar sola por la sabana en busca de más jirafas dromedarias, en busca de una auténtica familia que en apenas algo se le asemejara.
Tras un tiempo observando y buscando su nuevo hogar, la Jirafa Dromedaria creyó haberlo encontrado al ver el pelaje de un leopardo, intentando camuflarse entre el pastizal.
Acercóse la insensata jirafa hacia el fiero animal, hasta que sus finos y largos bigotes pudo casi palpar. Pero el leopardo (creyendo ver al mismísimo demonio en la piel de un camello con sarampión) se quedó tan congelado cuando la llegó a observar, que concedió a la jirafa el tiempo justo para lograr escapar. Y emprendiendo como pudo una carrera, al trote de un paso muy vacilante y torpón, la Jirafa Dromedaria de nuevo retomó la búsqueda de su familia de verdad.
Harta de trotar para escapar del leopardo y de un posible ataque fatal, creyó divisar a lo lejos un paraíso de antílopes colosal. En la distancia, pudo olisquear el aroma de las hojas y de las vainas frescas que cubrían parte de los terrenos de aquel esbelto y bello animal, y cansada y apurada por el hambre, pensó haber llegado al hogar.
A su llegada, los antílopes no dudaron en dar la bienvenida a aquella invitada curiosa y particular. Agasajaron a la jirafa con hierbas frescas de temporada y, al anochecer, la acomodaron en un humilde rincón fresco de pasto para que pudiese reposar. Al día siguiente, ya descansada, la Jirafa Dromedaria se divirtió de lo lindo con las pequeñas y juguetonas crías del grácil antílope, las cuales se deslizaban por su espalda jorobada, como si recorriesen mil rampas a lomos de un tobogán. Qué gracia en sus saltos y movimientos… ¡qué cariño en cada uno de sus gestos!
La Jirafa Dromedaria, por primera vez, parecía formar parte de un grupo, de una manada; y nunca más se puso en marcha en busca de familiares por la sabana.
Qué extraño resultaba verla en medio de aquella tribu africana. ¡Qué familia tan disparatada formaban! Y qué felices los niños junto a su nueva amiga del alma.

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LA SEÑORITA INGRID






«Recuerdo muy bien a la señorita Ingrid. Recuerdo el día que llegó a la escuela enfundada en su traje de cuadros, con sus grandes gafas de persona lista. Era el primer día de colegio. La señorita Ingrid entró en la clase con una sonrisa y se presentó. Tenía una voz de niña que no le iba nada a su traje de cuadros.
Para mí que esta presunta profesora no es la que esperábamos… ¿Quién es? – Exclamó mi amiga Pepa intrigada ante la presencia de aquella curiosa mujer.
Aquel día, todos los niños al verla se quedaron perplejos y dijeron con voz susurrante: – ¡Qué rara es!, no solo Pepa.
La maestra al poco de entrar abrió la mochila, y sacando piezas una a una con mucho cuidado, comenzó a montar su clarinete. Al instante, las notas de una sencilla canción llenaron la clase. Recuerdo como todos escucharon la melodía, hasta que se percataron de que un sinnúmero de pajarillos estaba tras la ventana, silbando las mismas notas que nacían de aquel instrumento. Pero también recuerdo su perfume llenándolo todo, su sonrisa templando el día.  Recuerdos de ayer…que parecían ahora irrecuperables.
Nunca creí que la señorita Ingrid fuese una persona extraña. Para mí no era rara, desde luego. Era muy especial, encantadora y risueña, y todo era magia cuando pronunciaba alguna palabra. Pero no todos pensaban igual que yo, y me venía a la mente el día en que mamá volvió a casa enfadada con la señorita Ingrid, por no sé qué motivo. Aquel día me contó entre gritos que vivía con un elefante. Desde entonces, no pude parar de imaginar a aquella mujer con su elegante traje de cuadros, sus gafas de persona lista y su elefante gigante, embelesando en algún tiempo a toda la selva africana al son de su clarinete. Exactamente igual que había embelesado a los pájaros; a Alicia, Galiana, Luisa, Jota, Natalia o Lucila…Igual que me había hipnotizado a mí.»
Daba gusto ver al pequeño Pablo rememorando en su cuarto todos aquellos dulces recuerdos, acontecidos el año anterior. Apenas quedaba un día para la vuelta a clase y los nervios le estrujaban y entumecían su diminuto estómago. Pero no eran nervios malos, sino de emoción. ¿Volvería la señorita Ingrid a clase? ¿Estarían todos sus compañeros y compañeras con él? Fuese como fuese aquella vuelta, Pablo estaba convencido de que, sin duda, era el momento de volver a pescar nuevos y emocionantes recuerdos con ella…

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